Las siete Margarets (Sheri S. Tepper)

«Las siete Margarets» no es una novela de ciencia-ficción al uso. Tiene razón la crítica y Miquel Barceló cuando inciden en su vertiente eco-social y feminista y esa faceta me ha atrapado hasta prácticamente el final. Hubiera preferido que la historia concluyera en la página 496 y no en la 507, pero me doy por satisfecha.

A pesar de compartir hogar con un compulsivo y obseso lector de ciencia-ficción, reconozco que este género no ha sido nunca santo de mi devoción. Mis pocas incursiones  han sido de la mano de las letras clásicas de Stanislav Lem y algunos cuentos de Asimov, así que no puedo contar mucho, pero a partir de ahora, repetiré con otras obras escritas por mujeres. Puede que le aporten al género, lo que a mi me faltaba para interesarme en él: una visión menos heroica y más humanista del futuro, menos tecnológica y más social y feminista.

las siete margarets

Dice  Miquel Barceló (editor de la serie NOVA de ciencia ficción de Ediciones B) en la presentación de la novela:

» El predominio de la ciencia ficción norteamericana ha conseguido, demasiadas veces, difundir la idea de la potencialidad implícita en la actuación de un individuo excepcional y voluntarioso que se esfuerza en la solución de problemas. El culto al individualismo sea tal vez una característica de la obra de autores clásicos y claramente de derechas como Robert A. Heinlein pero, sorprendentemente, también está presente en obras clásicas de la crítica social (…)

Sheri S. Tepper, desde la amenidad de sus narraciones y la riqueza especulativa de sus ideas, nos aporta otras posibilidades. Y, sobretodo, nuevas razones para la revuelta y la subversión. No es poca cosa.

Si al claro feminismo de sus primeras obras le añadimos la reflexión ecologista -y más bien sostenibilista- (…) llegamos al actual eco-feminismo. Una etiqueta de la que estoy seguro, se va a hablar mucho.»

 

La visión urbana:

«…En cuanto se liberase  un cinco por ciento del espacio residencial de una ciudad, se trasladaría a él a los habitantes de las afueras, con lo que se irían quedando vacías, se arrasarían, se derruirían las autopistas que llevaban hasta ellas y los terrenos se sembrarían y se reforestarían. Sería una labor titánica (…) que serviría para dar trabajo fijo a todo el que lo deseara. Sólo replantar provincias desertificadas, por ejemplo, las antes conocidas como Brasil, Canadá, África Central e Indonesia, requeriría varios siglos de esfuerzo.

Dado que el hábitat urbano era más eficiente y más fácil de mantener que las zonas residenciales de las afueras, más extensas y menos pobladas, se preveía que las grandes ciudades fueran absorbiendo las poblaciones de menor tamaño hasta hacerlas desaparecer en su totalidad. A medida que quedara espacio libre en las grandes urbes, se reformarían las viviendas y se derribarían edificios para crear parques en el interior urbano, de modo que ninguna casa quedara demasiado alejada de espacios verdes abiertos.»

La importancia de palabras, la mediocridad y los conflictos sociales:

«Todo lingüista debe saber que para que un idioma sobreviva hay que utilizarlo, y los responsables de este informe han advertido que el lenguaje humano de la tierra ha ido reduciéndose. A medida que los seres humanos han ido aglomerándose, han dejado de ser tan tolerantes con la diversidad. Para amoldarse a una multitud, los individuos deben ser similares, y en la actualidad la población de la Tierra es un reducto de homogeneidad donde a penas se simula que sigue habiendo posibilidades de escoger. Puede elegirse el modelo X con una floritura o el modelo Y con tres, la galleta marrón insípida o la galleta amarilla insípida, pero en cualquiera de los casos la diferencia es, en el fondo, inexistente. Poder elegir de verdad entre cosas de distinto valor podría llevar a una disparidad y, por consiguiente, en las poblaciones atestadas deben restringirse a lo menos controvertido, lo menos interesante. Todos los niños reciben las mismas notas en el colegio. Todos los trabajadores tienen el mismo sueldo. La vestimenta es parecida y los alimentos, idénticos, y así, al olvidarse todas las distinciones, se olvidan también los términos que las marcaban.»

La justicia, en femenino:

«…Los juicios de casos prácticos (…) no son nunca lo que esperamos. Por eso formamos juezas aquí en el templo. La naturaleza masculina implica crear reglas para todo y jugar a juegos complicados con ellas. Para los hombres, el juego es más importante que la justicia.

La gente corriente prefiere la justicia. Prefieren que se decidan las cosas caso por caso, prefieren un intento de impartir justicia a las normas de la ley, ya que saben que los listos suelen aprovechar la ley para discriminar a los inocentes.»

La memoria histórica:

» …la humanidad se encuentra inmersa en una situación muy peligrosa en lo que a supervivencia se refiere. A diferencia de todas las demás razas presumiblemente bienintencionadas, no tenemos memoria racial..

(…) Al parecer, esa memoria en cuestión lo incluiría todo desde el momento en que los primates con los que estamos emparentados bajaron de los árboles. O incluso desde antes, desde que salimos reptando del limo. Y tenemos que tenerla, no que adquirirla. Tenemos que saberlo todo de manera que lo sintamos en los huesos (…) Tenemos que recordar la guerra, no sólo pensar en ella. Tenemos que recordar las luchas, y el dolor, y las bestias que devoraron a nuestros hijos. En teoría, ese conocimiento interno detendría nuestra tendencia a hacer las cosas precipitadas, tontas y a menudo, muy peligrosas que la gente criada con una seguridad relativa suele hacer por los líderes estúpidos y orgullosos, como las ovejas que corren por delante de un perro decidido que va azuzándolas.»

Creencias:

«No recordáis a vuestro primeros ancestros,¡No tenéis constancia del noventa y nueve por ciento de lo que os hace como sois! Os conformáis con cuentos infantiles que  os resultan reconfortantes y que os repetís para explicaros por qué no sois buenos, por qué cometisteis un pecado u otro o por qué no hicisteis lo que uno u otro dios os ordenó. En lugar de aprender a no ser malos, os dedicáis a descubrir cómo recibir el perdón para poder ir al cielo. A casi todos os resulta más sencillo creeros los cuentos infantiles que aprender de la historia y de la ciencia, puesto que hacen falta inteligencia y horas de estudio para comprender la historia y la ciencia, mientras que los cuentos son algo sencillo que os reconforta. Los que buscan que todo sea sencillo y reconfortante tienen envidia de los que estudian, enseñan esas historias a sus hijos y les dicen que no se preocupen de estudiar, que basta con ganarse la entrada en el cielo, y así, gradualmente, todo el mundo acaba siendo igual de ignorante que su vecino. Ha sucedido una y otra vez en la Tierra.»

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