Estamos tan anestesiados por el exceso de publicidad que parece que no nos demos cuenta de cuánta belleza hay en la imperfección.

Sin embargo, me sorprendo a menudo embobada frente a la perfección de un campo de golf cuando lo que a mi me va es un campo trabajado por el tiempo, el viento y la casualidad, no sé si me explico.
Y aunque parezca una tontería, este lastre que compartimos todos en mayor o menor grado ha sido el causante de tanto mal en nuestras ciudades, en nuestras casas y por qué no, también en nuestras relaciones. En lugar de buscar la comodidad, el buen uso, nos empeñamos en hacer cosas bonitas. Criticamos a nuestros políticos por reducirlo todo a la temida frase de “que quede bonito” pero nosotros hacemos igual. Es el modelo de IKEA. Da igual que dure poco el sofá que hemos comprado porque es precioso ¿no?. Terrible encrucijada.
La Nobel italiana Rita Levi-Montalcini en su “El elogio de la imperfección” comenta con toda la sabiduría del mundo que gracias a la ausencia de perfección hemos conseguido un desarrollo espectacular de nuestra capacidad intelectual frente a la perfección de otras especies (primates, insectos) que se han mantenido igual durante millones de años, fijados evolutivamente y que, dicho sea de paso, seguramente nos sobrevivirán.
Me gusta esta idea de imperfección que nos permite crecer, como personas, como jardines, como ciudades.
En un campo de golf no hay diversidad, es una fotografía paralizada y mantenida con altos costes ambientales y económicos. Ahora bien, un campo abandonado, es toda una promesa de futuro.
Al amparo del abandono del paradigma de la belleza crecen prácticas ciudadanas fabulosas como espacios pop-up que aparecen circunstancialmente y a sabiendas de una vida efímera, prácticas colaborativas, conscientes de que es mejor hacer algo imperfecto que no hacer nada . Saben mucho de la imperfección los start-uppers. No es necesario tener una versión perfecta del producto para lanzarlo.
De hecho la perfección da miedo (ver Nuevo paseo marítimo de Las Negras).